«De manera que el sentido de tener un cuaderno de anotaciones nunca ha sido, ni siquiera ahora, llevar un registro factual preciso de lo que he estado haciendo o pensando. Eso respondería a un impulso completamente distinto, a un instinto de realidad que a veces envidio pero que no poseo. En ningún momento he sido capaz de escribir un diario; mi estrategia para la vida diaria vacila entre el abandono flagrante de mis obligaciones y la simple distracción, y en las pocas ocasiones en que he intentado registrar como Dios manda los acontecimientos de un día, me ha sobrevenido tal aburrimiento que los resultados son en el mejor de los casos misteriosos. ¿Qué demonios quiere decir “ir de compras, mecanografiar artículo, cena con E, deprimida”? ¿Compras de qué? ¿Mecanografiar qué artículo? ¿Quién es E? ¿Estaba deprimida la tal “E” o lo estaba yo? ¿Y a quién le importa?».