Los cuadernos de Vogli

«Pertenezco a esa parte de la humanidad —una minoría a escala planetaria pero creo que una mayoría entre mi público— que pasa gran parte de sus horas de vigilia en un mundo especial, un mundo hecho de líneas horizontales en el que las palabras van una detrás de otra y en el que cada frase y cada punto y aparte ocupan su lugar debido: un mundo que puede ser muy rico, quizá incluso más rico que el no escrito, pero que, en cualquier caso, requiere cierto trato especial para situarse dentro de él».

Italo Calvino


«Vale, vale, nadie está obligado a creerlo y yo, a decir verdad, nunca me lo creería si me lo contaran, pero la verdad de los hechos es que aquel piano empezó a deslizarse sobre la madera del salón de baile, y nosotros detrás de él, con Novecento tocando, y no levantaba la vista de las teclas, parecía en otra parte, y el piano seguía las olas, e iba y venía, y giraba sobre sí mismo, se lanzaba directamente hacia los cristales, y cuando casi tocaba se paraba y caía dulcemente hacia atrás, ya digo, parecía que el mar lo acunara, y nos acunara a nosotros, y yo no entendía un carajo, y Novecento tocaba, no paraba de tocar, y parecía claro que no tocaba simplemente, estaba conduciendo aquel piano, ¿de acuerdo?, con las teclas, con las notas, no lo sé, lo llevaba a donde quería, era absurdo, pero así era. Y mientras dábamos vueltas y revueltas entre las mesas, rozando las lámparas y las butacas, comprendí que lo que estábamos haciendo en aquel momento, lo que de verdad estábamos haciendo, era bailar con el océano, nosotros y él, locos bailarines, y perfectos, abrazados en un vals turbulento, sobre el dorado parqué de la noche. Oh yes».
Alessandro Baricco. Novecento.